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Los alimentos, como todos sabemos, son de gran importancia. Muestran una compleja interrelación entre uno mismo y el otro; entre sujeto y objeto; entre apetito y digestión; entre estética, ética y política; entre naturaleza y cultura; entre la creación y la divinidad. Esta lectura de los alimentos, en particular, puede arrojar luz sobre lo que significa la práctica teológica, sobre el pores tan relevante que la teología enfoque su atención tanto sobre cuestiones referentes a los alimentos como a la carencia de los mismos. Este libro, escrito desde una perspectiva católica, ve a Dios como superabundancia y como una instancia del compartir intratrinitario de amor, verdad, bondad y belleza que nutren. Dios, además, comparte sus dones con la creación y con la humanidad. La creación es un banquete cósmico, una red interdependiente de signos comestibles que participan del compartir nutricio de Dios. La encarnación es una continuación del compartir kenótico de Dios, que —en el banquete eucarístico— realiza una forma más radical de darse a través de transformarse en alimento con el fin de incorporar a la humanidad en el cuerpo de Cristo, el cual ya de por sí participa en la vida del cosmos y de la comunidad trinitaria. Debido a que los alimentos sí importan, la vocación de la teología es, por ende, ser “alimentaria”, con lo cual se reorienta la interdependencia de las comunidades humanas entre sí y la interdependencia entre la humanidad y la ecología, entre la creación en su conjunto y Dios.
A través de una mirada tanto a algunas prácticas culturales y materiales como a narrativas centradas en los alimentos, este libro crea un diálogo que construye un discurso eucarístico multifacético, argumentando que los alimentos no son “solo comida”. Sin embargo, considerando que esta investigación ve a Dios como la fuente suprema que nutre la práctica teológica en su conjunto, y que este mismo Dios existe como superabundancia de significados, al final, este trabajo termina rodeado de misterio. Es por este motivo que es tan solo los prolegómenos de un discurso eucarístico: eternamente abierto a una mayor elaboración, que responde al contacto, sabor y nutrición del superabundante dar de sí mismo de Dios.
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